Carolina Aigle, la primera mujer piloto de caza de la Armada Francesa y que iba ya para astronauta, nos ha dejado un ejemplo brillante: morir para dar vida. Su anhelo se cifraba, sobre todo, en "el amor que nos abre y lleva a amar a los demás", como expresó ella misma al sacerdote que celebró su matrimonio. La comandante Aigle, "leyenda" del Ejército del Aire, era mujer de una pieza, y supo anteponer el deber a cualquier cuestión personal. Embarazada de cinco meses, le diagnosticaron cáncer, y prefirió morir a recibir tratamientos que la condujeran a abortar. "No podía detener la vida de un ser que había llevado consigo por cinco meses y me dijo que él tiene el derecho a tener posibilidades como yo" (el marido a Radio Tele Luxembourg).
Admirable para gran número de franceses: se han pronunciado en masa en "Le Fígaro" y en el blog del ejército. Carolina, verdadera madre, llena de auténtico coraje, supo remontar el vuelo y "dar a la caza alcance", en dicho de San Juan de la Cruz. Eso de que las madres estamos dispuestas a dar la vida por nuestros hijos se hizo realidad en ella, como antes se hiciera en la española Miriam Suárez (hija del ex Presidente Adolfo Suárez); en la italiana, la médico Santa Gianna Beretta, y en otras mujeres anónimas. Como dijo Chistophe Deketelaere, piloto y esposo de Aigle, "fue heroica hasta el final", dando a su hijo la oportunidad de vivir y ganando así "el último combate". Yo digo con los franceses: "Bon vol à Carolina", buen vuelo.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario